“Siempre conectados”: cómo el uso de pantallas está moldeando el sueño, la autoestima y la concentración de los adolescentes

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photo_camera Muchos jóvenes utilizan el móvil como principal herramienta de comunicación y socialización

Móviles, redes y videojuegos son ya parte del paisaje cotidiano. Su impacto en el sueño, la identidad y el rendimiento escolar plantea un reto que requiere diálogo y acompañamiento, no alarmismo

En apenas una década, el teléfono móvil ha pasado de ser un accesorio ocasional a convertirse en una extensión constante de la vida diaria. Para los adolescentes, que construyen su identidad en contacto permanente con sus iguales, las pantallas son un espacio de encuentro, ocio, comunicación y expresión. Pero su presencia continua tiene efectos reales sobre aspectos clave del desarrollo, como el sueño, la autoestima y la capacidad de concentración. Entenderlos sin alarmismos ni trivialización es esencial para acompañar a esta generación en un uso saludable de la tecnología.

La normalización del móvil es evidente. En los institutos, en el autobús, en la habitación o en el salón familiar, la pantalla está presente. Estudios recientes muestran que el uso diario supera con facilidad las tres o cinco horas, sin contar el tiempo académico o los videojuegos. Para muchos jóvenes, el móvil es una herramienta identitaria. “Para mí es como mi ventana al mundo”, explica Laura, de 15 años. “Hablar con mis amigos, ver cosas que me gustan, escuchar música… lo uso para todo”. La experiencia es compartida: la pantalla no es un simple entretenimiento, es un canal fundamental de socialización.

Sin embargo, el problema surge cuando lo digital deja de ser acompañamiento y pasa a organizar el ritmo cotidiano. Y ahí es donde empiezan a notarse consecuencias.

El sueño, el primer afectado: dormir menos sin darse cuenta

La noche es uno de los momentos en los que el impacto es más evidente. Muchos adolescentes reconocen que el último gesto antes de dormir es mirar el móvil. Videos, mensajes, scroll infinito… un flujo constante de estímulos que activa el cerebro justo cuando debería comenzar a relajarse.

“El uso de pantallas antes de dormir altera la producción de melatonina, que regula el ciclo del sueño”, señala el psicólogo infanto-juvenil Marcos Álvarez. “Eso retrasa la conciliación y reduce la calidad del descanso”. El resultado es predecible: se duerme más tarde, el descanso es superficial y al día siguiente aumenta la fatiga, la irritabilidad y la dificultad para concentrarse en clase.

La familia de Daniel, de 14 años, relata una dinámica común: “Si no tiene el móvil en la habitación dice que no puede dormirse. Y si lo tiene, se queda despierto hasta tarde”. La cuestión no es disciplina, sino dependencia emocional de la conexión. Los especialistas recomiendan al menos 30 a 60 minutos sin pantallas antes de dormir y mantener el móvil fuera del dormitorio durante la noche.

Redes sociales y autoestima: la comparación sin descanso

Durante la adolescencia, la identidad se construye en relación con los demás. Las redes sociales amplifican esta comparación, acelerándola. Apariencia física, logros personales, vida social o estilo: todo se observa, analiza y compara en una exhibición permanente.

“Las redes no generan complejos, pero pueden intensificarlos”, indica la psicóloga C. Souto. “La diferencia está en el ritmo: antes había pausas. Ahora, la comparación es continua”.

La presión se manifiesta en forma de necesidad de validación: tener presencia, conseguir likes, responder rápido, no quedarse fuera de una conversación. “Si no subes cosas, es como si no existieras”, dice Sara, de 16 años. “Y si subes, tienes que aguantar lo que opinen”.

Aquí, el acompañamiento familiar es clave. El objetivo no es retirar las redes, sino reforzar los valores internos —confianza, proceso, disfrute— frente a la dependencia de la valoración externa.

Concentración y aprendizaje: cuando la mente se acostumbra a lo breve

La exposición constante a estímulos breves entrena al cerebro para buscar cambios rápidos y recompensas inmediatas. Esto puede dificultar la atención sostenida necesaria para estudiar o escuchar en clase.

“No es que tengan menos capacidad de atención”, explica el profesor de secundaria Iago Pérez. “Su cerebro se está adaptando a otro ritmo: el de la respuesta rápida. Pero el aprendizaje profundo requiere tiempos largos”.

La multitarea digital, tan habitual hoy, da la ilusión de eficiencia, pero fragmenta la concentración. Para revertirlo, los expertos recomiendan entrenar la atención como un músculo: estudiar por bloques, eliminar notificaciones y crear momentos específicos sin pantalla.

Acompañamiento: límites flexibles y hábitos compartidos

Las investigaciones coinciden: los mejores resultados provienen del acompañamiento, no del control. No se trata de prohibir dispositivos, sino de establecer hábitos saludables que se compartan como familia.

Algunas recomendaciones:

  • Móvil fuera del dormitorio por la noche.

  • Momentos del día sin pantallas (especialmente comidas).

  • Conversar sobre lo que se ve y se comparte en redes.

  • Establecer horarios claros, pero adaptados a las necesidades reales.

El equilibrio como horizonte

Las pantallas son parte del presente y del futuro. Son herramienta, aprendizaje, creatividad y también riesgo. Demonizarlas aleja a los adolescentes; ignorar sus efectos también. El camino intermedio consiste en comprender, acompañar y enseñar a regular. La salud digital no empieza en la pantalla, sino en la relación que establecemos con ella. Acompañar esa relación es acompañar la vida en construcción de quienes están creciendo ahora.

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