El San Froilán es, desde hace siglos, el corazón festivo de Lugo. Su origen se remonta al siglo XVIII, cuando la conmemoración religiosa del patrón apenas consistía en las misas solemnes que se celebraban en la catedral y en una feria de ganado que se llevaba a cabo cada 5 de octubre. Aquella cita, marcada por la liturgia y el intercambio comercial, fue creciendo año tras año hasta transformarse en una de las fiestas más concurridas de Galicia. Lugo se llenaba entonces de campesinos que llegaban desde las parroquias vecinas, de comerciantes de la montaña y de las llanuras, de tratantes procedentes de Castilla y de Portugal que acudían a cerrar tratos y a encontrar nuevas oportunidades de negocio. La ciudad bullía con el ir y venir de animales, mercancías y compradores, y ese ajetreo fue construyendo una tradición que pronto desbordó los límites de lo puramente religioso.
La feria ganadera fue el germen de una dimensión económica y social que marcó el carácter del San Froilán durante todo el siglo XIX. Se levantaban puestos improvisados en calles y plazas, se cerraban contratos agrarios, se compraban y vendían reses, y el espacio urbano se convertía en una inmensa lonja abierta. En ese contexto, aparecieron también las primeras pulpeiras de O Carballiño, que instalaban sus calderos de cobre para ofrecer el pulpo á feira a los asistentes. Lo que comenzó como un complemento alimenticio para los feriantes se convirtió enseguida en costumbre popular, hasta tal punto que hoy nadie entiende el San Froilán sin las casetas del pulpo, levantadas cada año en las cuestas del Parque Rosalía. Otros espacios de la ciudad también se aprovechan del tirón para aumentar negocio en el mes de octubre.
La modernización de las fiestas tuvo un momento decisivo en 1925, cuando se instauró el Domingo das Mozas. La iniciativa, que buscaba exaltar el traje tradicional gallego, la música popular y la danza, cristalizó en un desfile que llenó la Praza Maior de color y de identidad. Desde entonces, ese domingo se ha mantenido como uno de los hitos centrales de la programación y como símbolo del vínculo entre el San Froilán y la cultura gallega. El arraigo del Domingo das Mozas es tal que generaciones enteras lo reconocen como la esencia más pura de las fiestas.
Durante la segunda mitad del siglo XX, el San Froilán se adaptó a los nuevos tiempos. La feria de ganado, que durante décadas había sido el motor económico de la cita, perdió peso progresivamente, pero las fiestas supieron reinventarse incorporando nuevas fórmulas de ocio. A los actos religiosos y a la feria se sumaron conciertos de artistas de proyección nacional e internacional, competiciones deportivas, espectáculos de calle y actividades culturales que fueron ampliando el abanico de públicos. De la mano de la modernidad, el San Froilán mantuvo su raíz tradicional, pero añadió capas que lo convirtieron en un evento total, donde tienen cabida tanto la devoción como la diversión, tanto la gastronomía como la música, tanto la exaltación identitaria como la apertura al exterior.
En la actualidad, las fiestas se reconocen como de Interés Turístico Nacional y están consideradas las grandes fiestas de Galicia. Cada mes de octubre, Lugo se convierte en punto de encuentro de decenas de miles de visitantes, que llegan atraídos por la mezcla única de tradición y modernidad. El 5 de octubre, día del patrón, sigue marcado por las misas y procesiones; el Domingo das Mozas continúa llenando la ciudad de trajes y gaitas; y las casetas del pulpo mantienen viva una costumbre que atraviesa generaciones. En paralelo, los escenarios acogen a artistas de estilos diversos, el recinto ferial transforma el paisaje urbano y las calles se llenan de vida. El resultado es una cita que conserva la memoria de lo que fue y que, al mismo tiempo, se proyecta como un espejo de la Galicia contemporánea: un territorio que sabe honrar su pasado sin renunciar a dialogar con el presente.
Durante buena parte del siglo XX, las barracas y atracciones del San Froilán no estaban concentradas en el Parque Rosalía ni en la avenida de Ramón Ferreiro, sino que se repartían por distintos puntos de la ciudad, desde la Praza Maior hasta calles del casco histórico como San Fernando o A Raíña. Con el crecimiento del número y tamaño de las atracciones en los años sesenta y setenta, fueron desplazándose hacia zonas más amplias, hasta que se consolidó su ubicación actual en el eje Parque Rosalía–Ramón Ferreiro.
San Froilán no es solo una fiesta. Es una herencia cultural que ha sabido renovarse sin romper sus raíces. Es, todavía hoy, el tiempo en que Lugo late con más fuerza, cuando la ciudad se convierte en casa de todos y reafirma el apelativo que la acompaña desde hace décadas: «as festas grandes de Galicia».