La muralla de Lugo, de pared interior de viviendas a patrimonio de la humanidad
Durante siglos, Lugo convivió con su muralla romana no solo como fortaleza, sino como parte del entramado cotidiano. Levantada a finales del siglo III, con más de dos kilómetros de perímetro y alturas que en algunos puntos superan los ocho metros, el muro fue perdiendo paulatinamente su carácter militar. Integrado en las rutinas diarias de los vecinos, entre cubos y torres, algunos tramos adyacentes se convirtieron en huertas y no tardaron en levantarse casas que utilizaron la muralla como medianera. Aquella ocupación fue creciendo hasta ocultar buena parte del paramento y condicionó durante décadas la conservación del monumento.
El cambio llegó el 8 de julio de 1971, cuando el Consejo de Ministros declaró de utilidad pública la adquisición de todos los inmuebles adosados al muro. Comenzaba la llamada «operación Muralla limpia», con expropiaciones y derribos que se iniciaron en 1972 y afectaron a cerca de 80 edificaciones. Las viviendas fueron desapareciendo y, en su lugar, emergió la muralla, consolidada y convertida en paisaje urbano.
Antes de aquel capítulo, ya había habido alteraciones. En 1921,el entonces alcalde Ángel López Pérez autorizó la apertura de un nuevo arco —la futura Porta do Bispo Odoario— para abatir la muralla en línea con el camino al hospital, lo que implicó la dinamización de parte del muro sin permiso. Cinco vecinos presentaron denuncia y el Concello resultó condenado. Como reacción, el Estado declaró la muralla Monumento Nacional el 16 de abril de ese mismo año.
Más tarde, en 1997, el Plan Especial de Protección fijó normas para garantizar un marco estable de conservación. Y en 2000, la UNESCO otorgó el reconocimiento internacional, subrayando su valor como la mejor fortificación tardorromana conservada en Europa.
En la actualidad, la muralla luce íntegra, transitable y visible en toda su longitud. Pero la historia de las casas adosadas —concesiones municipales, ocupación creciente, expropiaciones y derribos— forma parte inseparable de su biografía. Aquellos hogares desaparecidos dejaron tras de sí un monumento liberado que sigue abrazando la ciudad. Un recordatorio de que, en Lugo, la vida y la memoria casi siempre se han escrito sobre la piedra.