Misterios y leyendas del otoño lucense
El otoño en Lugo tiene un tono grisáceo. La niebla que envuelve la muralla, las riberas del Miño o el cementerio de San Froilán ha alimentado durante años las leyendas locales. Algunas tienen base histórica, otras proceden del folclore o de la tradición oral, y todas forman parte de la identidad cultural de la ciudad.
El cementerio de San Froilán, proyectado por el arquitecto Eloy Maquieira e inaugurado a finales de la década de 1940, es en la actualidad un espacio patrimonial consolidado. Alberga mausoleos y esculturas trasladados del antiguo cementerio general de As Arieiras de Magoi, que funcionó entre 1858 y 1972 y desapareció con la urbanización de la actual avenida de Ramón Ferreiro. Parte de su estructura y algunos elementos fueron reubicados en el de San Froilán, que también conserva panteones neogóticos del siglo XIX y sepulturas de interés histórico. En torno a estos lugares surgieron relatos sobre voces o presencias, más cercanos al imaginario popular que a los hechos documentados.
La muralla romana, única que se conserva íntegra en el mundo, también acumula historias que se reactivan con la llegada del frío. Una de las más difundidas habla de un supuesto «bosque sagrado» protegido por los muros, mientras otra menciona tesoros escondidos cerca de la Porta Miñá. Ninguna de ellas cuenta con respaldo arqueológico, aunque su persistencia demuestra la capacidad del patrimonio lucense para generar relatos. En los últimos años, varias rutas turísticas y visitas guiadas han incorporado estas narraciones, diferenciando entre los elementos históricos comprobables y los vinculados a la tradición oral.
La leyenda de los tesoros ocultos bajo la Porta Miñá, una de las entradas más antiguas de la muralla, forma parte del imaginario popular de la ciudad desde el siglo XIX, pero no tiene base arqueológica. Las excavaciones realizadas por el Museo Provincial y por la Xunta de Galicia en las últimas décadas no hallaron indicios de cámaras ni depósitos de valor, aunque sí restos de cloacas, pavimentos y cerámicas domésticas. Los historiadores atribuyen el origen del mito a antiguas prácticas romanas de dejar monedas u objetos simbólicos en las cimentaciones y a la tradición medieval que consideraba las puertas de las murallas lugares de tránsito entre mundos. Las intervenciones de restauración más recientes, como la de 2009, confirmaron la ausencia de hallazgos extraordinarios. Hoy, la historia del supuesto tesoro se mantiene como parte del patrimonio inmaterial lucense.
Lugo mantiene así un equilibrio entre historia y mito. La ciudad documenta y protege sus espacios patrimoniales —como los cementerios o la muralla— y, al mismo tiempo, conserva las leyendas que nacen de ellos. En los meses de otoño, cuando la niebla cubre los tejados, esas historias vuelven a escucharse como parte de una memoria colectiva que sigue viva.