El Domingo das Mozas, la celebración nacida del pueblo

Una imagen del Domingo das Mozas del año pasado
La iniciativa popular se consolidó en el siglo XX como uno de los grandes reclamos del San Froilán

El Domingo das Mozas nació antes de que tuviera nombre. En sus primeros años, fue un simple domingo de octubre en el que la juventud rural acudía a Lugo después del día grande de San Froilán, cuando ya había pasado la devoción y la fiesta pasaba a primer plano. Los mozos y mozas bajaban a la ciudad con sus mejores galas, a comer pulpo, a pasear por la Praza Maior (o Plaza de España) y a dejarse ver en el Campo Castelo. Allí empezaba un ritual ancestral: las miradas, los pasos tímidos, las gaitas que sonaban como telón de fondo... Era el día en que las aldeas se encontraban con la ciudad, y la ciudad parecía más viva que nunca.

Las fiestas de San Froilán tienen documentos que las sitúan en el siglo XVIII, incluso antes. Nacieron como una feria religiosa y comercial, un tiempo en que las transacciones de ganado y las celebraciones religiosas se entrelazaban. Si el 5 de octubre caía en día de semana, muchos no podían ausentarse del trabajo para acudir a Lugo. El domingo siguiente era la oportunidad de todos, especialmente de los jóvenes, para acercarse al bullicio. Y así, sin saberlo, fue creciendo una costumbre que pronto tendría nombre propio.

Al principio se le llamaba San Froilán pequeño. Luego, ya bien entrado el siglo XX, empezó a llamarse Domingo das Mozas. Algunos dicen que el nombre se popularizó en los años cuarenta, cuando apareció impreso en los programas de fiestas. Otros aseguran que fue antes, en los veinte, cuando se quiso dar a la jornada una identidad diferenciada, una exaltación del traje y de la música tradicional. De cualquier manera, el espíritu era el mismo: un día hecho por y para la gente, una fiesta sin solemnidad. Nacida del pueblo y hecha suya por el pueblo.

A mediados del siglo pasado, el desfile del traje gallego comenzó a llenar las calles. La Praza Maior se convertía cada segundo domingo de octubre en un mosaico de sedas, lino y terciopelo, con los colores de cada comarca. Las mujeres lucían el traje que había sido de sus madres y de sus abuelas, los hombres tocaban la gaita; las pandeiretas se mezclaban con las risas. La ciudad era un escenario de raíces. En los setenta, la tradición ya era rito, y el Concello, consciente de su fuerza, decidió hacerla oficial. Fueron naciendo la Mostra de Música Tradicional, el Desfile do Traxe Galego y los pasacalles que en la actualidad recorren cada rincón del casco histórico.

Hubo un tiempo en que el Domingo das Mozas era también el día de la conquista. Los jóvenes venidos de fuera paseaban entre las casetas y las atracciones, buscaban compañía, miraban de reojo a las mozas que caminaban en grupo por la Rúa Nova o la Praza do Campo. Era un cortejo rural y discreto, pero intenso. En la memoria de los mayores aún se conserva la idea de aquel día como la gran cita sentimental del año. La mezcla de unas miradas que buscaban el germen de un futuro en común. Lugo olía a feira, a gaita, a hierba mojada, a promesas.

El tiempo fue puliendo las formas, pero el fondo se mantuvo. Hoy el Domingo das Mozas es una jornada que conserva ese aire de encuentro y pertenencia. Las calles se llenan de trajes, de gaitas, de familias enteras que posan para una foto que podría haber sido tomada hace cincuenta años. La ofrenda a Rosalía de Castro, en el parque que lleva su nombre, se ha convertido en el acto central del día, una manera de rendir homenaje a la lengua y a la cultura gallega, a la mujer que dio voz a una tierra. Es una ceremonia sencilla, sin estridencias, pero con un peso simbólico enorme: el lazo entre la Galicia de la aldea y la Galicia de la palabra.

El Domingo das Mozas fue y sigue siendo eso: un hilo invisible entre generaciones. Una jornada que nació sin decreto. No hay otro día del San Froilán que despierte tanta emoción colectiva. Mientras la gaita suena y los pañuelos se alzan, la ciudad recuerda quién es. Los más viejos sienten que el tiempo no ha pasado, los jóvenes se reconocen en lo que aún persiste. Porque en Lugo, cada segundo domingo de octubre, el pasado y el futuro se visten de traje y no distinguen lugares de procedencia.