La catedral de Lugo, el testigo silencioso del paso del tiempo

Lugo, catedral
photo_camera Visión de la catedral de Lugo desde la muralla
Templo nacido en el prerrománico, creció con el románico, se abrió al gótico y se vistió de barroco y neoclásico, es el símbolo de una ciudad que en la actualidad cobra entrada por acceder a su corazón de piedra

La catedral de Lugo, dedicada a Santa María, es una obra que condensa en sus muros toda la respiración de la ciudad. No nació de un impulso único ni de una sola época, sino que fue levantándose como un palimpsesto, con estratos sucesivos que hablan del paso del tiempo y de las aspiraciones de la comunidad que la rodea. Sus cimientos se hunden en la memoria del cristianismo temprano: en el siglo VIII, el obispo Odoario restauró un templo prerrománico que ya entonces se consideraba lugar sagrado. La tradición asegura que aquel edificio fue modelo para la catedral de Oviedo, señal de la importancia que Lugo tenía en la organización eclesiástica de la Galicia altomedieval.

Sobre ese núcleo se inició en 1129 la gran empresa románica, bajo el obispo Pedro III y el maestro Raimundo de Monforte. Se trazó una planta de cruz latina, con tres naves, crucero y cabecera de tres ábsides semicirculares. La nave central, de mayor altura, se cubrió con bóveda de cañón, mientras las laterales adoptaban bóvedas de arista. El nuevo templo respondía a las corrientes que recorrían Europa y lo emparentaban con la arquitectura compostelana, pero con una personalidad propia que aún se percibe en los muros primitivos y en la severidad de sus arcos.

A medida que pasaban los siglos, las necesidades y los gustos iban empujando a nuevas transformaciones. En el siglo XIV se añadió la girola y un rosario de capillas góticas que prolongaron la cabecera. La catedral, que había nacido con un aire macizo y románico, empezó a abrirse a la luz y a la verticalidad gótica. En el siglo XVI se construyó la puerta norte, con arquivoltas y relieves delicados, y se levantaron dependencias como la sacristía o la sala capitular. El Renacimiento dejó también su huella en retablos y en la capilla de San Froilán, donde se custodia la memoria del patrón de Lugo.

La Porta de Santiago, a unos metros del templo en la muralla de Lugo, tuvo durante siglos un carácter singular: hasta finales del siglo XVI su uso estuvo reservado al cabildo catedralicio y a sus sirvientes, que la empleaban para acceder a las huertas vinculadas a la iglesia. Era, en la práctica, una puerta privada, bajo control eclesiástico, y no se abría al tránsito general de vecinos o viajeros. Incluso en tiempos de pestes, cuando otras puertas permanecían cerradas, se mantenía operativa como paso controlado para el clero. Su fisonomía cambió en 1759, cuando se reformó para permitir el paso de carruajes, lo que la integró definitivamente en la vida urbana de la ciudad.

El siglo XVII trajo el esplendor barroco. Francisco de Moure talló en 1624 un coro que es un prodigio de dinamismo y expresividad, un bosque de madera que todavía hoy sorprende al visitante. En 1726, Fernando de Casas Novoa, el mismo arquitecto de la fachada del Obradoiro compostelano, proyectó la capilla de la Virgen de los Ojos Grandes, que se convirtió en el corazón espiritual del templo. El retablo mayor, obra de Cornelis de Holanda, sufrió las consecuencias del terremoto de Lisboa del 1 de noviembre de 1755, con una magnitud estimada de 8,5 grados, y quedó fragmentado, como una herida abierta en la memoria artística de la ciudad.

La fachada principal se transformó en el siglo XVIII con un diseño neoclásico de Julián Sánchez Bort. La sobriedad de sus líneas, culminadas con torres que no se concluyeron hasta el siglo XIX, ofreció a Lugo una nueva imagen monumental, distinta de la inicial pero igualmente solemne. Desde entonces, quien entra en la ciudad por el sur reconoce en esa fachada la puerta simbólica hacia el corazón espiritual de la urbe.

En el interior conviven los estilos, como si cada época hubiese dejado una nota en una sinfonía coral: arcos románicos que aún sostienen la estructura, bóvedas góticas que buscan la altura, retablos renacentistas y barrocos que inundan de imágenes el espacio. El coro de Moure, la capilla de los Ojos Grandes, la sacristía y el claustro barroco, el tesoro con sus custodias y cálices, conforman un conjunto que habla de fe, de poder, de arte y también de fragilidad.

La catedral de Lugo guarda un privilegio único: la exposición permanente del Santísimo Sacramento. Ese gesto, reconocido por bula papal, convirtió a Lugo en la ciudad eucarística por excelencia y dio lugar a que el cáliz aparezca en el escudo de la propia ciudad y en el de Galicia. Esa identidad simbólica refuerza la idea de la catedral como centro no sólo religioso, sino también cultural y político.

En la actualidad, Santa María de Lugo forma parte del Patrimonio Mundial de la UNESCO, un título que subraya su valor universal. Pero también es un espacio en tensión entre lo sagrado y lo turístico. Desde hace años se cobra entrada para visitarla, salvo para quienes acuden a los actos de culto. Esa decisión, necesaria para sostener el mantenimiento de un edificio que acumula casi nueve siglos de historia, transforma la relación entre la ciudad y su templo. El visitante paga por acceder a la penumbra del coro, por levantar la mirada hacia la girola o por contemplar la talla de la Virgen de los Ojos Grandes. La piedra, que durante siglos fue casa común y refugio abierto, se ha convertido también en bien cultural, en patrimonio que necesita recursos para sobrevivir.

Así, la catedral de Lugo sigue siendo un espejo de la ciudad. En sus muros dialogan el pasado prerrománico, la solemnidad románica, la apertura gótica, la exuberancia barroca y la sobriedad neoclásica. Cada época quiso dejar su huella, y el resultado es un monumento vivo, complejo, contradictorio, en el que se reflejan las grandezas y las carencias de Galicia. Santa María de Lugo no es solo un edificio: es una narración de piedra, un testamento de fe y un escenario donde la historia sigue fluyendo como el río Miño que acompaña a la ciudad.

Comentarios