O Carme, el barrio que se consume en silencio bajo la muralla

Lugo
photo_camera El barrio de O Carme se extiende fuera de la muralla, más allá de la Portamiñá
Al lado del casco histórico, el arrabal resume la contradicción de Lugo: un patrimonio admirable que se asfixia entre la protección y el abandono.

Entre la Porta Miñá y el río Miño se extiende un barrio que parece suspendido en el tiempo. O Carme, el arrabal más antiguo de Lugo, parece haberse quedado anclado entre la historia y la ruina, entre la memoria de las huertas y el rumor de los turistas que cruzan el Camiño Primitivo, entre la iluminación nocturna de la muralla y las contras cerradas de sus antiguos edificios. 

Durante siglos, O Carme fue el umbral. Allí comenzaba y terminaba la ciudad. Por sus cuestas bajaban los carros, los peregrinos y las bestias, camino del Miño. A un lado, las murallas de Lucus Augusti; al otro, los campos en los que los vecinos cultivaban la tierra. Era el pulmón agrario y el refugio de los oficios humildes: curtidores, aguadores, mataderos, canteros. Luego, la modernidad lo invadió y el barrio quedó al margen, como un pliegue olvidado en el borde del casco histórico.

O Carme sigue siendo en la actualidad un barrio con más pasado que presente. El planeamiento municipal reconoce más de 87.000 metros cuadrados de superficie edificable —suficientes para unas 400 viviendas—, pero, aparentemente, solo dos están habitadas de manera permanente. Lo demás son ruinas, huertas, solares vacíos... Desde la Ronda da Muralla hasta la Rúa Santiago se extiende una tierra de nadie, un paisaje que la ciudad observa sin atreverse a tocar.

Las obras más recientes, casi siempre financiadas con los generosos y a veces irracionales fondos europeos, han tratado de devolverle algo de pulso. La musealización de la cloaca romana, la humanización de la plaza y la creación del coliving artístico municipal han supuesto una inversión conjunta de más de dos millones y medio de euros. Pero la paradoja persiste: O Carme mejora su aspecto, se embellece, pero sigue vacío.

El visitante que desciende desde la Porta Miñá, entre los muros húmedos y los castaños, se encuentra con un silencio peculiar. No es el silencio de la paz, sino el de los lugares que han dejado de pertenecer a alguien. Las casas, muchas con las ventanas tapiadas, parecen mirar hacia la muralla con resignación. En los días de niebla, el aire se espesa sobre la calzada romana y el Camiño Primitivo se convierte en una procesión de fantasmas que avanzan sin saber muy bien por dónde pasan.

Los vecinos más antiguos recuerdan cuando aún había vida. Cuando las huertas se cultivaban y los niños bajaban al río por los senderos de tierra. Hoy apenas quedan trazos de aquello: una fuente, una escalera, una verja oxidada. Lo demás se ha disuelto en el tiempo, como si el barrio hubiese decidido sobrevivir solo como paisaje.

El Concello presume de O Carme como una puerta verde hacia el Miño. Pero muchos lo perciben más bien como un museo al aire libre, un decorado arqueológico sin habitantes. Las intervenciones recientes han mejorado la estética, pero no la vida. No hay tiendas, ni cafés, ni lavanderías, ni un banco donde sentarse a ver pasar el día. Las farolas iluminan un escenario que casi nadie habita.

Los técnicos municipales parecen percibirlo: la protección patrimonial de la zona, el PERI-6 y las restricciones arqueológicas han frenado cualquier intento de edificación. El resultado es un laberinto legal que impide construir sin arriesgarse a violar la ley o la memoria. En 2023, el pleno del Concello aprobó una modificación del PXOM para resolver el problema, pero dos años después el plan sigue en el aire. Mientras tanto, el barrio continúa sin rumbo.

O Carme es, en el fondo, una metáfora de Lugo: una ciudad que protege su historia con tanto celo que a veces olvida que también debe vivir en ella. Aquí se cruzan los tres patrimonios de la humanidad que sostienen el orgullo lucense —la muralla romana, el Camiño Primitivo y, ahora, la cloaca visitable de Lucus Augusti—, pero ninguno ha logrado devolverle la voz a sus calles.

Hay en O Carme algo de promesa incumplida. Los carteles de proyectos europeos —Muramiñae, EDUSI, Lugo + Verde— se amontonan en los postes como los nombres de un futuro que no llega. El barrio respira por la grieta: una mezcla de humedad, nostalgia y espera. Si uno se detiene junto a la Porta Miñá al atardecer, puede escuchar todavía el rumor del río y el chirrido del pasado. Es un sonido tenue, persistente, como un corazón que late sin sangre.

Algunos arquitectos y colectivos ciudadanos insisten en que O Carme podría ser el gran laboratorio urbano de Lugo: un espacio en el que la ciudad aprendiera a habitar su propia historia. Bastaría, posiblemente, con un plan de vivienda flexible, con ayudas a la rehabilitación, con un trazado que permitiera convivir a los peregrinos y a los vecinos. Bastaría con devolverle al barrio la respiración que tuvo cuando era un umbral, no una postal en blanco y gris.

Tal vez, O Carme no está muerto, solo dormido. Late bajo la hierba, entre los muros de piedra, esperando que alguien se atreva a vivir otra vez en sus casas torcidas. Quizás, entonces, Lugo consiga cerrar por fin el círculo de su muralla y reconciliarse con su propio origen: esa frontera entre el adentro y el afuera en la que empezó todo.

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